4 de agosto de 2018

Polifake

Tranquila y saciada, es hora por fin de escribir la reflexión que lleva días, semanas o quizá meses rondando por mi cabeza.

Ayer accedí a algo que en cualquier otro estado emocional, con mis necesidades más plenas, mi ser hipermoral jamás se hubiera rebajado dignado a hacer. Logré el resultado esperado. Incluso mejor. Me siento bien tras supeditar nuevamente mi obligación de auto-gestión a un ente externo.

Pero encuentro miles de fallas en este proceso. Desde el aumento que experimenta mi tolerancia a marranadas, rezago de una cultura machista, que buscan perpetuar estructuras de poder (como hacerme esperar pasada la hora acordada para el encuentro, insistir en pagar todo o... ¡Hablar por mí al mesero! A veces se me olvida lo gracioso que puede ser el patriarcado); hasta la impermanencia del parcheado sentimental que representa posponer vez tras vez lo inevitable. Sin embargo, funciona. Y no puedo evitar pensar que estoy en mi derecho a usar cuantos remiendos necesite hasta estar lista para ponerme a coser el patrón final. ¿Hay un patrón final? ¿O somos como esas mantas a las que la abuela siempre tenía un pedazo más que tejerle? 

Con esto quiero decir que arreglar viejos rotos, descosidos de hace años y añadir la multitud de dobladillos que sigo adquiriendo con los años no es una cuestión de dos días. Pero parece ser que corre libre por el imaginario de la comunidad la idea de un cierto ser mitológico: la persona poliamor perfecta. Es aquella que desde el primer día sabe gestionar todo la mar de bien, fluye como el agua.

Este fluir con la espontaneidad que llegue "naturalmente" asume que «todas las necesidades quedan cubiertas sin obligar nada a nadie y haciendo solamente las cosas que cada une desea hacer de forma “natural”. Se supone, por tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá personas que las quieran hacer. 
Es fácil sentir y naturalizar esto cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho les demás y ni tan siquiera hace falta tenerlo que apreciar. Por ejemplo, cuando eres un hombre cis-hetero y ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia ti siempre han sido cubiertas con facilidad. 
Esto ignora que si cada une solamente hace las tareas que desea hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá que encontrar una solución compartida por cómo hacerlas; normalmente este tipo de tareas se encargan de forma sistemática a personas de colectivos minorizados, a los que se les ha colocado en una posición para que parezca que escojan hacer estas tareas. Así, queda fuera la responsabilidad compartida y colectiva, ignorando que muchas decisiones de lo que une desea o no hacer son culturales y no “naturales”» 
(Adaptado de Natàlia Wuwei).

Me encuentro sintiéndome -y acepto plenamente lo subjetivo en esto aclarando que eso no invalida mi experiencia- perteneciendo al segundo grupo en gran parte de mi red afectiva y de apoyo.  Aquí, por motivos de brevedad, obviaré la explicación (ya hecha con anterioridad) sobre la existencia intrínseca de jerarquías de poder en toda relación. Asumiendo como cierto que solo puedo estar encima o debajo, me siento actualmente en inmensa desventaja en la mayoría de mis vínculos más cercanos.

En lo que respecta a mis relaciones escogidas, pongamos que hay 4 personas con quienes de manera continua tengo una interacción que ha sido duradera en el tiempo hasta construir una intimidad que puede ser o no física y generar unos afectos distintos a la amistad o los lazos familiares. De todas ellas, en estos momentos hay 1... Una de cuatro que le invierte de forma recíproca a su relación conmigo. Una persona con quien la relación se maneja en términos de equidad. Y el tío es un machista auto-proclamado.

¿Cómo es posible que todas estas de personas, tan trabajaditas y deconstruidas, me involucren reiteradamente en situaciones que me hacen sentir así? ¿Por qué mi esfuerzo consciente y diario por cuidarles, en un intento de construir un sistema recíproco de protección, se asume como mi tarea predeterminada pero no la suya?

¿Cuándo puedo empezar a concluir que el interés no es igual por ambas partes?
¿Cuándo tengo derecho a reclamar más?
¿En qué momento es válido "tirar la toalla"?

Llegar a la conclusión que la dedicación de mi parte hacia cada nodo de la red es desigual en tiempo de atención, interés, necesidad o similar -salvo por una persona semper fidelis y algunas amistades recientes- está siendo devastador.

No os lo recomiendo.
Me sabe al más amargo polifake.

Cuestiono continuamente qué hay de real en este invento, especialmente cuando me topo con tanto individualismo y falta de compromiso. Pero he probado la ambrosía del paraíso poliamor. Y voy a seguir buscándola -no tienes que venir conmigo.

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