29 de agosto de 2018

No lo entiendo

Confieso... Que no lo entiendo.

Construimos el poliamor sobre la premisa de que "una persona no puede dárnoslo todo", refiriéndonos a todos los tipos de cuidados: emocionales, psicológicos, económicos, intelectuales, sexuales, lúdicos, espirituales, etc.

Y mediante el poliamos, primero, deconstruimos el mito romántico de la obligatoriedad de nuestras relaciones a "hacernos felices", responsabilizándonos sobre nuestros propios procesos -ignorando bastante lo gregario de las sociedades humanas [pero bueno, esto os lo explico más tarde *].

Una vez deconstruidas (o destruidas), con una amalgama de ideas en la cabeza entre lo que Disney nos metió -ojo, demonizar estas películas es tan absurdo como lo del reaggeton, son producto y reflejo de la moral de la época- y nuestras enseñanzas ciber-feministas post-modernas nos atrevemos a probar esto de la anarquía relacional creyéndonos (¡ilusas!) que ahora tenemos herramientas.

Lo que yo veo aquí es un non-sequitur.
Veamos...
X: Una persona no puede dármelo todo,
Y: yo solita me basto y me sobro para obtenerlo todo*.
Ergo... Relacionarme con muchas personas es [inserta aquí tu razón para ser poliamor, ej.: más guay, el camino a la felicidad, políticamente interesante, etc.]

La realidad es que las personas nos relacionamos con otras personas exclusivamente para cubrir nuestras necesidades (¡Oh Dios mío! ¡¡Lo que ha dicho!!).

* Y ahora os lo explico. Vamos con una necesidad super básica y elemental. Comer. Alimentarse. Un ejemplo comúnmente dado en el poliamor sobre la autonomía es el típico: 
«Si tengo hambre, puedo quedarme sentada a esperar que me hagan la comida. O puedo levantarme y cocinármela yo. Encima, si lo hago yo quedará más a mi gusto». Redondo, ¿no? Pues no. 
Si tengo hambre, hay una diferencia comunicativa entre demandar, sugerir, pedir, recomendar, solicitar, acordar (os hacéis una idea) el cómo, qué, cuándo y dónde comer. Pero la verdad verdadera es que si tengo hambre, sola solita no puedo comer a menos que sea una granjera con muchísimas habilidades para el S. XXI.
Puedo no comer con nadie que conozca, pero voy a necesitar de algún humano para hacerlo. Es decir, desde el momento en que «me levanto» y decido cocinar voy a requerir de cientos de productos cuyos procesos han sido elaborados por otras personas (cocina/fuego, platos, cubiertos, alimentos, mercados) sin los cuales mi supuesta autonomía sería bastante jodida de ejecutar. Negar esto es invisibilizar la realidad de los procesos de interdependencia del ser humano. 
Si no me crees, vete sin dinero y sin equipaje al monte un par de días y ya verás qué rápido te acuerdas de que necesitas a otras personas para vivir.

Ahora bien, aceptado esto (espero), yo, tú y la vecina de enfrente nos metemos en el poliamor con un razonamiento un poco más cercano a esto:
X: Una persona no puede dármelo todo,
Y: yo a mí me quiero mucho, pero solita tampoco puedo proporcionarme casi nada de mis necesidades básicas.
Ergo... Relacionarme con muchas personas es una forma útil de cubrir mis necesidades si soy clara respecto a cuales son (qué expectativas tengo de la relación), y soy responsable con respecto a las expectativas que le genero a la otra persona para cubrir sus necesidades.

Aquí os oigo a todas rechazando este esquema tan utilitarista y poco romántico. Planteadme alternativas, las quiero.

El fallo de este esquema tan práctico... Bueno, tiene muchos fallos empezando porque a las personas se nos da fatal comunicar clara y honestamente nuestras necesidades y expectativas, ver la realidad de esta situación -y no caer en el mito de arriba, vulnerarnos hasta el punto de aceptar depender de otres explícitamente para estar bien, en fin. Pero el fallo que quiero comentar hoy es que las personas no somos desmontables.

No somos rompecabezas de seres de los que elegir, en cada relación, con qué parte quedarse y con cuál no. ¡Ay, esta me sirve! Esta no...

Entonces, a la hora entablar vínculos de acuerdo a la última conclusión, ¿es esto posible? Si yo trato de relacionarme con alguien porque, por ejemplo, hace muy buen pan y yo necesito comer hidratos de carbono el intercambio es relativamente sencillo. Hoy en día tenemos dinero, una herramienta -mejor o peor- para el intercambio de necesidades. ¿Perdón, cuántos dineros vale su pan? Listo.
En cambio, si lo que tiene alguien que yo necesito son afectos, compañía, estimulación intelectual, soporte emocional... Se vuelve más complicado. ¿Cuántos abrazos vale una sonrisa? ¿Cuántos halagos vale un buen polvo? ¿Me cambias tu consejo por unos espaguettis bolognesa, que me quedan de puta madre? Hemos comercializado algunos de estos bienes, puedes pagar a une psicólogue para que te escuche, a una puta para que te folle, etc. Pero eso no ha simplificado las relaciones. Solo ha dado a los cuidados un aire de facilidad e inmediatez. Y promueve la idea antes descrita de «todo me lo puedo hacer yo solita».

O peor aun, la idea de «yo no soy responsable de cubrir tus necesidades» independientemente de las expectativas que genere.

Pero, de nuevo, las personas no vamos por pedacitos. Si solo necesito el pan de la panadera, en el sistema socio-económico actual es fácil ver que no tendrá ningún problema en intercambiarlo por dinero y seguir con su vida como si nada. Como mucho tendrá la expectativa, inversamente proporcional al tamaño de la población en que nos encontremos (y no es casualidad), de una sonrisa y alguna palabra amable también.
En cambio, si me relaciono con alguien que cubre a las mil maravillas mis necesidades sexo-afectivas pero no cubre mis necesidades intelectuales, por ejemplo, la cosa se complica. Además del guión social que nos define las expectativas predeterminadas de ciertos tipos de relaciones, están los sentimientos que nacen -queramos o no- de compartir intimidades y vulnerabilidades con una persona. ¿Qué pasa si alguien cubre muy bien mis necesidades de salir a hacer planes culturales pero no me llena a nivel intelectual? Se lo suelto, y... ¿Que se apañe porque he sido clara con las expectativas que se puede crear?

De verdad, que pregunto porque aun no lo he resuelto.

26 de agosto de 2018

Femichulos

De lo peor que te puedes echar a la cara es un tío que vaya de feminista por pose, porque sabe que así levanta más (levantar es ligar, para lectores españoletes), o por la moda. Oye, con esto de las camisetas del Zara habrá alguno muy hipster que quiera subirse al carro para no quedarse fuera de la última tendencia.

Pero más grave que el feminista poser, a quien se huele venir a desde que abre la boca, es el aliado deconstruido que piensa que no tiene más camino por andar.

Este espécimen de femichulo te la cuela hasta que estás colada por sus huesos. Se sabe el discurso y además lo practica hasta que... ¡Zasca! Cuando has bajado la guardia y confías en que es una persona que respeta tus límites, te cuela una opresión sistémica por donde menos lo esperabas.

¿Unos ejemplos? Vamos a ello:

Persona que, en sus charlas activistas públicas usa el femenino plural genérico para referirse a participantes de géneros diversos sin importar la mayoría («Bienvenidas»), un día que está cansade pero quiere correrse igualmente se pasa por el forro de los cojones tu lenguaje corporal, llevándote a darle el orgasmo que busca y seguramente sintiéndose conforme con que por lo menos ha tratado de hacerte correrte a ti. Ignorando abiertamente la desigualdad de poder en la educación implícita en los roles de ser criades como hombres o mujeres, donde a nosotras se nos enseña a complacer. Y que decir que no a esas alturas es de calientapollas. No haciéndose responsable de este privilegio en ningún momento, con algo tan sencillo y erotizable como preguntar: "¿te apetece?" Porque en realidad no quiere dar lugar a una negación en ese momento. O simplemente fijándose en la resistencia que haces con tu cuerpo.

Más aun, está el hombre cishetero (flexible -lo que sea que signifique eso*) que alaba los beneficios del poliamor para el feminismo y viceversa en foros públicos. Sin embargo, le pones un límite sobre tu cuerpo enfocado exclusivamente en cubrir tu necesidad de auto-cuidado emocional en un momento concreto y... ¡Tachán! Se rebela contra él como si le pertenecieras. Amaga con abandonar el encuentro ahora que ya no cumple sus expectativas de contacto y encima te chantajea diciendo que oh, pobre de él, tiene que ceder siempre. Todo sin parar de insistir en continuar otras formas de contacto físico. Plagando, además, el espacio verbal de alabanza para neutralizar cualquier disonancia cognitiva que te pueda resultar de haberse ofendido por plantear límites. Mientras te impide, encima, expresar las emociones que su abandono como reacción a tu planteamiento del límite te han generado porque tienes que entender que «a veces hablarlo todo tanto, cansa». Y así, en ese estado de INVALIDACIÓN DE TODAS, ABSOLUTAMENTE TODAS TUS EMOCIONES te largas. Porque al menos eres lo suficientemente mayor como para haber aprendido a huir de espacios que, si van bien, te van a disociar y si van mal acabaran en gritos, lágrimas y golpes.

El patriarcado es omnipresente. Quien entra en una relación heterosexual, o con roles que puedan estar aprendidos como tal, está obligade a asumir sus privilegios y revisarlos constantemente.

En conclusión, solo os puedo decir que huyáis como yo de los femichulos. Que encuentros hay cientos. Que las personas somos más importantes que las relaciones. Y que te sude la figa. 
El amor más constante que vamos a tener es el amor propio. A trabajárselo y pa' la mierda quien lo infrinja.

*¿Etiqueta para hombres que no quieren leerse como bisexuales por miedo a perder su masculinidad? Da para reflexionar.

4 de agosto de 2018

Polifake

Tranquila y saciada, es hora por fin de escribir la reflexión que lleva días, semanas o quizá meses rondando por mi cabeza.

Ayer accedí a algo que en cualquier otro estado emocional, con mis necesidades más plenas, mi ser hipermoral jamás se hubiera rebajado dignado a hacer. Logré el resultado esperado. Incluso mejor. Me siento bien tras supeditar nuevamente mi obligación de auto-gestión a un ente externo.

Pero encuentro miles de fallas en este proceso. Desde el aumento que experimenta mi tolerancia a marranadas, rezago de una cultura machista, que buscan perpetuar estructuras de poder (como hacerme esperar pasada la hora acordada para el encuentro, insistir en pagar todo o... ¡Hablar por mí al mesero! A veces se me olvida lo gracioso que puede ser el patriarcado); hasta la impermanencia del parcheado sentimental que representa posponer vez tras vez lo inevitable. Sin embargo, funciona. Y no puedo evitar pensar que estoy en mi derecho a usar cuantos remiendos necesite hasta estar lista para ponerme a coser el patrón final. ¿Hay un patrón final? ¿O somos como esas mantas a las que la abuela siempre tenía un pedazo más que tejerle? 

Con esto quiero decir que arreglar viejos rotos, descosidos de hace años y añadir la multitud de dobladillos que sigo adquiriendo con los años no es una cuestión de dos días. Pero parece ser que corre libre por el imaginario de la comunidad la idea de un cierto ser mitológico: la persona poliamor perfecta. Es aquella que desde el primer día sabe gestionar todo la mar de bien, fluye como el agua.

Este fluir con la espontaneidad que llegue "naturalmente" asume que «todas las necesidades quedan cubiertas sin obligar nada a nadie y haciendo solamente las cosas que cada une desea hacer de forma “natural”. Se supone, por tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá personas que las quieran hacer. 
Es fácil sentir y naturalizar esto cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho les demás y ni tan siquiera hace falta tenerlo que apreciar. Por ejemplo, cuando eres un hombre cis-hetero y ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia ti siempre han sido cubiertas con facilidad. 
Esto ignora que si cada une solamente hace las tareas que desea hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá que encontrar una solución compartida por cómo hacerlas; normalmente este tipo de tareas se encargan de forma sistemática a personas de colectivos minorizados, a los que se les ha colocado en una posición para que parezca que escojan hacer estas tareas. Así, queda fuera la responsabilidad compartida y colectiva, ignorando que muchas decisiones de lo que une desea o no hacer son culturales y no “naturales”» 
(Adaptado de Natàlia Wuwei).

Me encuentro sintiéndome -y acepto plenamente lo subjetivo en esto aclarando que eso no invalida mi experiencia- perteneciendo al segundo grupo en gran parte de mi red afectiva y de apoyo.  Aquí, por motivos de brevedad, obviaré la explicación (ya hecha con anterioridad) sobre la existencia intrínseca de jerarquías de poder en toda relación. Asumiendo como cierto que solo puedo estar encima o debajo, me siento actualmente en inmensa desventaja en la mayoría de mis vínculos más cercanos.

En lo que respecta a mis relaciones escogidas, pongamos que hay 4 personas con quienes de manera continua tengo una interacción que ha sido duradera en el tiempo hasta construir una intimidad que puede ser o no física y generar unos afectos distintos a la amistad o los lazos familiares. De todas ellas, en estos momentos hay 1... Una de cuatro que le invierte de forma recíproca a su relación conmigo. Una persona con quien la relación se maneja en términos de equidad. Y el tío es un machista auto-proclamado.

¿Cómo es posible que todas estas de personas, tan trabajaditas y deconstruidas, me involucren reiteradamente en situaciones que me hacen sentir así? ¿Por qué mi esfuerzo consciente y diario por cuidarles, en un intento de construir un sistema recíproco de protección, se asume como mi tarea predeterminada pero no la suya?

¿Cuándo puedo empezar a concluir que el interés no es igual por ambas partes?
¿Cuándo tengo derecho a reclamar más?
¿En qué momento es válido "tirar la toalla"?

Llegar a la conclusión que la dedicación de mi parte hacia cada nodo de la red es desigual en tiempo de atención, interés, necesidad o similar -salvo por una persona semper fidelis y algunas amistades recientes- está siendo devastador.

No os lo recomiendo.
Me sabe al más amargo polifake.

Cuestiono continuamente qué hay de real en este invento, especialmente cuando me topo con tanto individualismo y falta de compromiso. Pero he probado la ambrosía del paraíso poliamor. Y voy a seguir buscándola -no tienes que venir conmigo.