28 de diciembre de 2018

La vida social de una ex-adicta

Esta entrada está dedicada a mi amiga J, de las pocas que tengo, por insistirme una noche de borrachera en que yo tenía una visión privilegiada del asunto y debía escribir.

La primera vez que probé una cerveza tendría cosa de 4 años y medio. Los españoles somos así. Mi padre estaba tomando una sin alcohol y me dieron un poco. Sabía a rayos.

Con doce años, ya era habitual que mi madre me dejase tomar Martini (el vermouth blanco) durante algunos aperitivos de sábado "especiales". Si salíamos fuera de casa o similar.

En mi 14 cumpleaños, uno de los regalos fue una botella de vodka Absolut. Por esa época, me encantaban las revistas de moda y lo que ahora se llama hacer scrap-booking con ellas en mis agendas escolares. Estaban plagadas de anuncios muy llamativos en los que distintos objetos simulaban la mítica forma de la botella. Yo los coleccionaba.
Ese día, mi amiga L y yo nos tomamos un copazo de vodka con limón en casa y salimos por primera vez a una discoteca. También fue la primera vez que me "enrollé" con un chico siendo consciente de mi deseo -y el suyo- para iniciar la acción.

La fiesta de Navidad del año 2005, con 15 años, fue mi primera tajada seria. El primer whisky J&B con Coca-Cola fue intencional. El segundo también. El tercero que nos sirvió el rubio de la clase a mi amiga E y a mí, más cargado que el camello de los reyes magos, fue por la inercia de la embriaguez y nos tumbó a las dos en un suelo pringoso de las pisadas y bebidas de otra gente.
El rubio tuvo que llevarme hasta el coche de mi madre porque no me tenía en pie. Nadie dijo nunca nada.

A partir de ahí, suma y sigue.

El 2 de abril de 2014 dejé de beber. Era cuestión de vida o muerte. Y la mejor decisión que he tomado en mi vida, seguramente.

Lo que no te cuentan en la clínica es que no solo dejas las drogas, sino también a la gente que las toma. 


El alcohol -y otras drogas, pero principalmente el alcohol- está sobrevalorado y, peor aún, legitimado como mecanismo de lubricación para la interacción social. Los entornos en los cuales se consume se consideran los más aptos para conocer, entablar, fortalecer e intercambiar vínculos.


La decisión de alejarme del alcohol, y por consiguiente de la tentación que implica frecuentar espacios de alto consumo, ha supuesto un reto inmenso en el mantenimiento de antiguas relaciones y creación de otras nuevas.

Mi amigo D, amante de la farra de miércoles a sábado, incapaz de pensar la socialización fuera del marco de «al menos unas cervezas» es alguien a quien hace ya un par de años que no veo. La familia, en su mayoría poli-toxicómanos sin remedio, no encontraron forma de adaptar «¿nos tomamos un café?» a su manera de interactuar.
Más allá de mi antigua red afectiva, por obvias razones similares a mí en su "afecto" por los psicoactivos, hay dilema a la hora de generar nuevos lazos. Sexo-afectivos o amistosos.

Piensa, ¿dónde has conocido a tu último ligue (en Colombia: levante)? ¿La última amistad nueva que has hecho, bebiste alcohol?

Clases de acro-yoga, paseos guiados por el monte, activismo social... Formas hay de conocer gente nueva. ¿Planes absemios? Cientos. Museos, charlas, viajes de un día, ¡todo lo anterior! Y si ya controlas, puedes ir a los mismos sitios que la gente que bebe: conciertos, farras, etc.

El reto: Ver cómo todo el mundo a tu alrededor empieza a dar bastante asco, a decir cosas estúpidas y sin sentido. En realidad, lo jodido de socializar sobria en lugares llenos de borrachos es que todes parecen demasiado gilipollas como para interesarte. Y lo difícil de hacer amigxs en un espacio sobrio es que simplemente no tenemos el guión social para hacerlo, porque hemos supeditado al alcohol nuestra capacidad de interactuar. Entonces, en el resto de contextos, estamos en pañales y sin saber muy bien cómo acercarnos a otros seres humanos cuando en realidad muchas veces basta con decir: «¡Hola!»

4 de diciembre de 2018

La guinda del poliamor

Traduciéndole a un amigo entradas de este blog he caído en cuenta que a veces no hago más que quejarme del poliamor. Como si no fuese mi elección.

Así que en honor a la buena racha en la que estoy (¡que dure!), y a la justicia, voy a a contaros algunas de las razones por las que -según mi madre- me complico así la vida.

Lo primero es que no podría ser de otra manera. No he sido monógama nunca. Siempre me sentí más cómoda en relaciones donde se sobreentendía la no exclusividad, incluso si eso significaba prescindir del compromiso y los cuidados. Jamás imaginé mi propia boda. En el par de relaciones de larga duración exclusivas que he estado, he engañado o me he sentido frustrada. Y, qué bonito es poder hacer lo que te pide el cuerpo-mente-espíritu sin sentirse culpable o atada por una moral cisheteropatriarcal y judeocristiana instaurada para castrar el deseo erótico femenino.

También, que compartido el amor se multiplica. Pocas cosas retroalimentan tanto mi ciclo de vulnerabilidad y fortaleza como conversar, con las personas que amo, sobre nuestras otras relaciones y los deseos ajenos ese vínculo. Es un ejercicio de intimidad y confianza. Aprendo a entender mis relaciones más allá de la pareja, viendo como personas que no siempre conozco enseñan a mis amores a querer más y mejor. Desarrollando afectos por gente que cuida a quien yo quiero, porque hacen felices a quienes me hacen feliz. Y, si tengo la oportunidad de conocer a estas personas, se expande mi propia red de afectos.

Me deconstruyo las inseguridades poquito a poco. Si mi amor desea a una persona admirable, hermosa, exitosa según todos los parámetros sociales, inteligente y capaz me cuestiono si puedo elegir entre envidiarla o desearla yo también. ¿Hay espacio en sus afectos para las dos? ¿Es realmente una competición? ¿Qué dice de mí que le gusten las personas así? En 3 años de poliamor he aprendido más sobre gestión emocional y manejo de mis propias emociones que en los 25 años de vida anteriores. La no monogamia consensuada es un doctorado en educación sentimental. Si quieres, claro. Las herramientas están ahí, puedes tomarlas y construir cada vez relaciones más saludables o volver esto una excusa para el consumo indiscriminado de cuerpos. Pero haberlas haylas.

Después está la visibilización de mis vínculos no sexuales. Desde la posición de una persona itinerante, independiente e hipersexual, el reconocimiento de mis relaciones no eróticas como parte esencial de mi red de cuidados ha representado un cambio de paradigma fundamental para sentirme anclada a una estabilidad emocional y afectiva.

Y, por fin, la comunidad que existe alrededor. Una comunidad que me nutre y alimento yo de forma recíproca con nuestras experiencias. Porque andar un camino que no está trazado es más fácil si sigues la senda de quien va delante.

17 de octubre de 2018

Duelos a medias

El poliamor es un camino de rupturas de medias tintas, de adioses que no se terminan de decir, de fingir que sigue habiendo algo que ya no está ahí.

Con esto del fluir siempre, de resignificar los finales, nos hemos vuelto incapaces de decirnos las verdades a la cara: «ya no te quiero»«ya no me importas»«no me apetece verte más».

No dependemos, pero tampoco soltamos.

Todo a medias. A qué poco me sabe la moderación a veces.
Mándame a la mierda.

14 de octubre de 2018

Dolor

Tengo la mala costumbre de escribir aquí solo cuando estoy desbordada. Dando la impresión de que las cosas van muy mal. No es cierto. Simplemente esto es una herramienta más de gestión para mí. Y, como cualquier herramienta, solo la empleo cuando me hace falta. Igual que no vamos por la vida usando taladros si no hay cuadros que poner, yo no escribo si no tengo mierda que procesar.

Dicho esto... 


Estoy harta. Muy harta. Esta semana he llegado a un límite emocional que hacía años no experimentaba. He tenido un ataque de ansiedad de esos gordos, de chillar y llorar hasta que se me caen los mocos. De verme sola y aislada de todo hasta tal punto que he pensado que nada de lo que hiciese en ese momento iba a importar. Lo más cierto es que no importa. Pero en el antropocentrismo en que vivimos, que no se sabe qué fue primero si el cerebro que se sólo se mira a sí mismo o la cultura que lo ensalza, el resultado es creernos que nuestra vida -la humana- es muy importante.

Muy importante para aceptar la muerte como un proceso natural.
Muy importante para reconocer que la extinción de algunos animales -incluidos nosotres- no significa el fin de la vida.
O quizá no es más que un rezago del instinto animal de superviviencia primigenio vuelto racionalización.

Sea como sea...
Desde la aceptación de la trivial insignificancia de mi existencia que resiste el último impulso de conservación, he sentido mucha tristeza pero sobre todo un dolor muy profundo y punzante. Dolor de vivir en un mundo donde una persona pueda llegar a sentirse así. Ante el reconocimiento de que el detonante de esta disonancia tiene una causa muy tangible e identificable: la indiferencia o ignorancia de quienes me "conocen" sobre el proceso. El "no querer ver". Dolor ante el individualismo tan brutal que me rodea. Pena desgarradora de sentir que, por más vulnerable que he estado dispuesta a mostrarme hacia otres, la verdad fundamental es que cada quien está(mos) tan sumido(s) en su(nuestra) propia película de mierda que ya puedo yo derrumbar muros y abrir murallas... No voy a encontrar más que desiertos y fortalezas en otres.

Gente tan creída de su dolor que, al igual que yo, no hacen más que lanzar piedras desde sus respectivos tejados a cualquiera que parezca mínimamente una amenaza. Lo lamentable es que, desde esos lugares permanentemente a la defensiva, muy difícilmente se ven las banderas blancas. Mucho menos, en ese estado mental, te paras a actuar con la compasión natural que surge en las personas cuando ves a alguien heride que muestra abiertamente su dolor.

Y desde aquí, desde todo mi dolor, os digo que no puedo más.
Que nos merecemos todo lo malo.
Que la gente que encuentra el amor que llevamos dentro se pudre rodeada de tanta indiferencia. Porque no hay nadie a quien dárselo o no sabemos recibirlo.
Y a mí se me está agotando el aire entre tanta mierda.

29 de agosto de 2018

No lo entiendo

Confieso... Que no lo entiendo.

Construimos el poliamor sobre la premisa de que "una persona no puede dárnoslo todo", refiriéndonos a todos los tipos de cuidados: emocionales, psicológicos, económicos, intelectuales, sexuales, lúdicos, espirituales, etc.

Y mediante el poliamos, primero, deconstruimos el mito romántico de la obligatoriedad de nuestras relaciones a "hacernos felices", responsabilizándonos sobre nuestros propios procesos -ignorando bastante lo gregario de las sociedades humanas [pero bueno, esto os lo explico más tarde *].

Una vez deconstruidas (o destruidas), con una amalgama de ideas en la cabeza entre lo que Disney nos metió -ojo, demonizar estas películas es tan absurdo como lo del reaggeton, son producto y reflejo de la moral de la época- y nuestras enseñanzas ciber-feministas post-modernas nos atrevemos a probar esto de la anarquía relacional creyéndonos (¡ilusas!) que ahora tenemos herramientas.

Lo que yo veo aquí es un non-sequitur.
Veamos...
X: Una persona no puede dármelo todo,
Y: yo solita me basto y me sobro para obtenerlo todo*.
Ergo... Relacionarme con muchas personas es [inserta aquí tu razón para ser poliamor, ej.: más guay, el camino a la felicidad, políticamente interesante, etc.]

La realidad es que las personas nos relacionamos con otras personas exclusivamente para cubrir nuestras necesidades (¡Oh Dios mío! ¡¡Lo que ha dicho!!).

* Y ahora os lo explico. Vamos con una necesidad super básica y elemental. Comer. Alimentarse. Un ejemplo comúnmente dado en el poliamor sobre la autonomía es el típico: 
«Si tengo hambre, puedo quedarme sentada a esperar que me hagan la comida. O puedo levantarme y cocinármela yo. Encima, si lo hago yo quedará más a mi gusto». Redondo, ¿no? Pues no. 
Si tengo hambre, hay una diferencia comunicativa entre demandar, sugerir, pedir, recomendar, solicitar, acordar (os hacéis una idea) el cómo, qué, cuándo y dónde comer. Pero la verdad verdadera es que si tengo hambre, sola solita no puedo comer a menos que sea una granjera con muchísimas habilidades para el S. XXI.
Puedo no comer con nadie que conozca, pero voy a necesitar de algún humano para hacerlo. Es decir, desde el momento en que «me levanto» y decido cocinar voy a requerir de cientos de productos cuyos procesos han sido elaborados por otras personas (cocina/fuego, platos, cubiertos, alimentos, mercados) sin los cuales mi supuesta autonomía sería bastante jodida de ejecutar. Negar esto es invisibilizar la realidad de los procesos de interdependencia del ser humano. 
Si no me crees, vete sin dinero y sin equipaje al monte un par de días y ya verás qué rápido te acuerdas de que necesitas a otras personas para vivir.

Ahora bien, aceptado esto (espero), yo, tú y la vecina de enfrente nos metemos en el poliamor con un razonamiento un poco más cercano a esto:
X: Una persona no puede dármelo todo,
Y: yo a mí me quiero mucho, pero solita tampoco puedo proporcionarme casi nada de mis necesidades básicas.
Ergo... Relacionarme con muchas personas es una forma útil de cubrir mis necesidades si soy clara respecto a cuales son (qué expectativas tengo de la relación), y soy responsable con respecto a las expectativas que le genero a la otra persona para cubrir sus necesidades.

Aquí os oigo a todas rechazando este esquema tan utilitarista y poco romántico. Planteadme alternativas, las quiero.

El fallo de este esquema tan práctico... Bueno, tiene muchos fallos empezando porque a las personas se nos da fatal comunicar clara y honestamente nuestras necesidades y expectativas, ver la realidad de esta situación -y no caer en el mito de arriba, vulnerarnos hasta el punto de aceptar depender de otres explícitamente para estar bien, en fin. Pero el fallo que quiero comentar hoy es que las personas no somos desmontables.

No somos rompecabezas de seres de los que elegir, en cada relación, con qué parte quedarse y con cuál no. ¡Ay, esta me sirve! Esta no...

Entonces, a la hora entablar vínculos de acuerdo a la última conclusión, ¿es esto posible? Si yo trato de relacionarme con alguien porque, por ejemplo, hace muy buen pan y yo necesito comer hidratos de carbono el intercambio es relativamente sencillo. Hoy en día tenemos dinero, una herramienta -mejor o peor- para el intercambio de necesidades. ¿Perdón, cuántos dineros vale su pan? Listo.
En cambio, si lo que tiene alguien que yo necesito son afectos, compañía, estimulación intelectual, soporte emocional... Se vuelve más complicado. ¿Cuántos abrazos vale una sonrisa? ¿Cuántos halagos vale un buen polvo? ¿Me cambias tu consejo por unos espaguettis bolognesa, que me quedan de puta madre? Hemos comercializado algunos de estos bienes, puedes pagar a une psicólogue para que te escuche, a una puta para que te folle, etc. Pero eso no ha simplificado las relaciones. Solo ha dado a los cuidados un aire de facilidad e inmediatez. Y promueve la idea antes descrita de «todo me lo puedo hacer yo solita».

O peor aun, la idea de «yo no soy responsable de cubrir tus necesidades» independientemente de las expectativas que genere.

Pero, de nuevo, las personas no vamos por pedacitos. Si solo necesito el pan de la panadera, en el sistema socio-económico actual es fácil ver que no tendrá ningún problema en intercambiarlo por dinero y seguir con su vida como si nada. Como mucho tendrá la expectativa, inversamente proporcional al tamaño de la población en que nos encontremos (y no es casualidad), de una sonrisa y alguna palabra amable también.
En cambio, si me relaciono con alguien que cubre a las mil maravillas mis necesidades sexo-afectivas pero no cubre mis necesidades intelectuales, por ejemplo, la cosa se complica. Además del guión social que nos define las expectativas predeterminadas de ciertos tipos de relaciones, están los sentimientos que nacen -queramos o no- de compartir intimidades y vulnerabilidades con una persona. ¿Qué pasa si alguien cubre muy bien mis necesidades de salir a hacer planes culturales pero no me llena a nivel intelectual? Se lo suelto, y... ¿Que se apañe porque he sido clara con las expectativas que se puede crear?

De verdad, que pregunto porque aun no lo he resuelto.

26 de agosto de 2018

Femichulos

De lo peor que te puedes echar a la cara es un tío que vaya de feminista por pose, porque sabe que así levanta más (levantar es ligar, para lectores españoletes), o por la moda. Oye, con esto de las camisetas del Zara habrá alguno muy hipster que quiera subirse al carro para no quedarse fuera de la última tendencia.

Pero más grave que el feminista poser, a quien se huele venir a desde que abre la boca, es el aliado deconstruido que piensa que no tiene más camino por andar.

Este espécimen de femichulo te la cuela hasta que estás colada por sus huesos. Se sabe el discurso y además lo practica hasta que... ¡Zasca! Cuando has bajado la guardia y confías en que es una persona que respeta tus límites, te cuela una opresión sistémica por donde menos lo esperabas.

¿Unos ejemplos? Vamos a ello:

Persona que, en sus charlas activistas públicas usa el femenino plural genérico para referirse a participantes de géneros diversos sin importar la mayoría («Bienvenidas»), un día que está cansade pero quiere correrse igualmente se pasa por el forro de los cojones tu lenguaje corporal, llevándote a darle el orgasmo que busca y seguramente sintiéndose conforme con que por lo menos ha tratado de hacerte correrte a ti. Ignorando abiertamente la desigualdad de poder en la educación implícita en los roles de ser criades como hombres o mujeres, donde a nosotras se nos enseña a complacer. Y que decir que no a esas alturas es de calientapollas. No haciéndose responsable de este privilegio en ningún momento, con algo tan sencillo y erotizable como preguntar: "¿te apetece?" Porque en realidad no quiere dar lugar a una negación en ese momento. O simplemente fijándose en la resistencia que haces con tu cuerpo.

Más aun, está el hombre cishetero (flexible -lo que sea que signifique eso*) que alaba los beneficios del poliamor para el feminismo y viceversa en foros públicos. Sin embargo, le pones un límite sobre tu cuerpo enfocado exclusivamente en cubrir tu necesidad de auto-cuidado emocional en un momento concreto y... ¡Tachán! Se rebela contra él como si le pertenecieras. Amaga con abandonar el encuentro ahora que ya no cumple sus expectativas de contacto y encima te chantajea diciendo que oh, pobre de él, tiene que ceder siempre. Todo sin parar de insistir en continuar otras formas de contacto físico. Plagando, además, el espacio verbal de alabanza para neutralizar cualquier disonancia cognitiva que te pueda resultar de haberse ofendido por plantear límites. Mientras te impide, encima, expresar las emociones que su abandono como reacción a tu planteamiento del límite te han generado porque tienes que entender que «a veces hablarlo todo tanto, cansa». Y así, en ese estado de INVALIDACIÓN DE TODAS, ABSOLUTAMENTE TODAS TUS EMOCIONES te largas. Porque al menos eres lo suficientemente mayor como para haber aprendido a huir de espacios que, si van bien, te van a disociar y si van mal acabaran en gritos, lágrimas y golpes.

El patriarcado es omnipresente. Quien entra en una relación heterosexual, o con roles que puedan estar aprendidos como tal, está obligade a asumir sus privilegios y revisarlos constantemente.

En conclusión, solo os puedo decir que huyáis como yo de los femichulos. Que encuentros hay cientos. Que las personas somos más importantes que las relaciones. Y que te sude la figa. 
El amor más constante que vamos a tener es el amor propio. A trabajárselo y pa' la mierda quien lo infrinja.

*¿Etiqueta para hombres que no quieren leerse como bisexuales por miedo a perder su masculinidad? Da para reflexionar.

4 de agosto de 2018

Polifake

Tranquila y saciada, es hora por fin de escribir la reflexión que lleva días, semanas o quizá meses rondando por mi cabeza.

Ayer accedí a algo que en cualquier otro estado emocional, con mis necesidades más plenas, mi ser hipermoral jamás se hubiera rebajado dignado a hacer. Logré el resultado esperado. Incluso mejor. Me siento bien tras supeditar nuevamente mi obligación de auto-gestión a un ente externo.

Pero encuentro miles de fallas en este proceso. Desde el aumento que experimenta mi tolerancia a marranadas, rezago de una cultura machista, que buscan perpetuar estructuras de poder (como hacerme esperar pasada la hora acordada para el encuentro, insistir en pagar todo o... ¡Hablar por mí al mesero! A veces se me olvida lo gracioso que puede ser el patriarcado); hasta la impermanencia del parcheado sentimental que representa posponer vez tras vez lo inevitable. Sin embargo, funciona. Y no puedo evitar pensar que estoy en mi derecho a usar cuantos remiendos necesite hasta estar lista para ponerme a coser el patrón final. ¿Hay un patrón final? ¿O somos como esas mantas a las que la abuela siempre tenía un pedazo más que tejerle? 

Con esto quiero decir que arreglar viejos rotos, descosidos de hace años y añadir la multitud de dobladillos que sigo adquiriendo con los años no es una cuestión de dos días. Pero parece ser que corre libre por el imaginario de la comunidad la idea de un cierto ser mitológico: la persona poliamor perfecta. Es aquella que desde el primer día sabe gestionar todo la mar de bien, fluye como el agua.

Este fluir con la espontaneidad que llegue "naturalmente" asume que «todas las necesidades quedan cubiertas sin obligar nada a nadie y haciendo solamente las cosas que cada une desea hacer de forma “natural”. Se supone, por tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá personas que las quieran hacer. 
Es fácil sentir y naturalizar esto cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho les demás y ni tan siquiera hace falta tenerlo que apreciar. Por ejemplo, cuando eres un hombre cis-hetero y ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia ti siempre han sido cubiertas con facilidad. 
Esto ignora que si cada une solamente hace las tareas que desea hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá que encontrar una solución compartida por cómo hacerlas; normalmente este tipo de tareas se encargan de forma sistemática a personas de colectivos minorizados, a los que se les ha colocado en una posición para que parezca que escojan hacer estas tareas. Así, queda fuera la responsabilidad compartida y colectiva, ignorando que muchas decisiones de lo que une desea o no hacer son culturales y no “naturales”» 
(Adaptado de Natàlia Wuwei).

Me encuentro sintiéndome -y acepto plenamente lo subjetivo en esto aclarando que eso no invalida mi experiencia- perteneciendo al segundo grupo en gran parte de mi red afectiva y de apoyo.  Aquí, por motivos de brevedad, obviaré la explicación (ya hecha con anterioridad) sobre la existencia intrínseca de jerarquías de poder en toda relación. Asumiendo como cierto que solo puedo estar encima o debajo, me siento actualmente en inmensa desventaja en la mayoría de mis vínculos más cercanos.

En lo que respecta a mis relaciones escogidas, pongamos que hay 4 personas con quienes de manera continua tengo una interacción que ha sido duradera en el tiempo hasta construir una intimidad que puede ser o no física y generar unos afectos distintos a la amistad o los lazos familiares. De todas ellas, en estos momentos hay 1... Una de cuatro que le invierte de forma recíproca a su relación conmigo. Una persona con quien la relación se maneja en términos de equidad. Y el tío es un machista auto-proclamado.

¿Cómo es posible que todas estas de personas, tan trabajaditas y deconstruidas, me involucren reiteradamente en situaciones que me hacen sentir así? ¿Por qué mi esfuerzo consciente y diario por cuidarles, en un intento de construir un sistema recíproco de protección, se asume como mi tarea predeterminada pero no la suya?

¿Cuándo puedo empezar a concluir que el interés no es igual por ambas partes?
¿Cuándo tengo derecho a reclamar más?
¿En qué momento es válido "tirar la toalla"?

Llegar a la conclusión que la dedicación de mi parte hacia cada nodo de la red es desigual en tiempo de atención, interés, necesidad o similar -salvo por una persona semper fidelis y algunas amistades recientes- está siendo devastador.

No os lo recomiendo.
Me sabe al más amargo polifake.

Cuestiono continuamente qué hay de real en este invento, especialmente cuando me topo con tanto individualismo y falta de compromiso. Pero he probado la ambrosía del paraíso poliamor. Y voy a seguir buscándola -no tienes que venir conmigo.

19 de julio de 2018

Children in cages

Almost 10 days have gone by since I came back from the desert, yet I still have not fully processed all the events that happened before my duck-tape-fixed glasses.

There is one scene, in particular, that I dare not sink into the mists of faulty memory without scrutinising a bit first. The story goes as follows...

It was the middle of the afternoon, shortly before or after lunch. I was seeking some entertainment and a naked drawing workshop seemed like fun. I faintly remembered someone telling me I could model for it, and was hoping to meet this person again, though I could not remember who.
When I arrived at Loophole, as had become usual for me, quite a bit after the activity should have started, it was clear the workshop was not being carried out. Nevertheless, there was some fuzz in the dungeon so I went in to check it out. There, under the bright light of noon, a peculiar scene was taking place.

A middle-age master was playing with his young, beautiful, curly-haired, harness-clad, but bare of anything else pet. She was sticking her tongue out, on her knees, wagging her tail, and looking up sweetly.

Right next to them, quite close, three children were mimicking their games from inside the dungeon cage. A toddler wearing only his diaper was the youngest. The oldest must have been around 8 or 9. From inside the cage, they were barking, panting, scratching themselves as if they were dogs.

The father asked if they were thirsty, and poured some water over the bars into their little mouths. "More, more, more!" they insisted. The father went out of the room for a moment, leaving the oldest to become the master, who used the pet plate to pour some raw almonds for his brothers.
When their dad came back, he asked them to get out, but the youngest one was chilling in the cage and would not. At one point, the Dungeon Mistress asked if it was appropriate. To which the father replied: "The father consents".

The whole party eventually left, not before the master and his pet had begun a masturbatory game. Which the two older children mimicked by play-fighting, rolling and tumbling on the carpet-covered ground.

After this, so many questions I have not paused to analyse yet. Regarding children's sexuality and consent.

We can generally define consent as an enthusiastic, informed, voluntary, non-coerced affirmation. A willing "yes". 
We can also take into consideration that the age of consent, that under which a person is considered legally incompetent to consent to a sexual act, is highly variable depending on the jurisdiction. Most often ranging from 14 to 18 years old. And, current statute considers it's either the parent's or the State's job to look out for the children's best interest at that age; but would not say it is the minor's choice to decide whether they want to be in that situation or not.

With that in mind... I wonder.
Clearly, the kids were having a blast. Should it be the parent's choice? Their choice? The State's?
- Do we need specific [Do not put your children in dungeon cages] laws? -
Is it a sexual / erotic activity? Should it be considered as such when deciding about consent? Or can it be handled like any other type of play-time?

Well, I definitely don't think the State should handle it. Although I'm a bit weary about letting all parents have full control as well. I suppose listening and checking in with the kids is a good strategy, like during any session: "How's it going? Are you ready to come out yet? Would you like to know more about anything of what you are seeing here?" 
I do still wonder, however, how you get yourself in that situation in the first place. Although knowing children like I do, it was probably the little beasts initiative from what I can tell.
I believe the situation is as sexual or as stoic as the adults in it make it. No one from outside the family was interacting with them, except for some of us curiously watching the scene and the pet occasionally motioning pet-stuff at them in a very playful manner.

If we're going to raise our heads up to the heavens, wondering if the experience will scar them in some way in the future, my answer is that it will probably be less traumatising than our average running into mommy's room after a nightmare to find her sucking daddy's cock and have her be all flustered about it. The more we normalise sexual activities to children, the more ordinary it will be for them; regardless of the environment of sex-negativity and repression we're surrounded by.

11 de julio de 2018

NowHere

It's been three days since I returned to default world. Although it feels like an eternity.
But I am now ready, or as much as I may be, to put some sense into what I learned.

The soundtrack is The Family Dog. Their dome, Psychedelephant, where I first realized I was there. I had arrived. The place I had always been longing for without even knowing if it actually existed. A wondrous melting pot of love, S/M, mindfulness, nerd-talk, metaphysics, cooperation, responsibility, and sustainability. With just the right amount of irony about it all. And absolutely no commerce, advertisement or trade (except for Übertown's aggressive counterargument).

I fit right in.
No need for adjustment.

As soon as I saw the bright-blue morning sky the first day, I was overjoyed and wished I could make that second last an eternity.

The events of Saturday night probably carried a different lesson for each of us. To me, it's a take-home teaching about how much an attempt can change the course of events (or how little). As a serial self-harmer / suicidal I can't help but find it amazing that this is what I would experience during my first burn. Most interesting is how little I felt. My concern at the time was that we could not see the lighthouse go down in flames.

The intense exploration of my body (nakedness, S/M, 5-minute orgasms) paled in comparison to the emotional discoveries I made.

It is easy to trust others when they welcome you with open hearts.
Beautiful and kind people can help you turn pain into joy. All that is required is some improv and leaving all shame behind. Play, play play. Always.

Intimacy is best shared with those who will care and be responsible for the vulnerabilities it creates. It is amazing to let go of fears and fall in love, even if just for a week, when the desire is mutual. The brevity of an encounter should not dictate how deeply I let myself connect. Love, love for one second, one minute, one day.

Yet I still have some possessiveness, insecurity, and fear to learn from. The pangs of jealousy and envy arise from time to time whenever a loved one pays attention to someone else while I am not otherwise entertained. I have, however, found about the immense calming power of caring for that third person. So soon as I approached them as a sensing being, and showed them affection, the envy subsided.

I have both taken delight and found it a burden to collaborate so intently with a community whose survival depended on all of us doing our part. I (re)discovered I was much more pleased while performing the human-related tasks than the material ones. For example, trip-sitting was more satisfying than kitchen duty.

I was valued.
I was constantly reassured of my inner and outer beauty. This was important. After my recent experience with rejection due to the choice to let my body hair grow, I basked in the physical attraction I garnered at such an inclusive environment.
Moreover, confirming that my thoughts and feelings can be useful to others provided a cleanse from all the abuse back at the jungle. It's not me, it's the system -kind of thing.

I gave back.
For all I took with me, written above these lines, I gave. Many people, hopefully most of those whose paths I crossed, are taking home a piece of me. Of my love, my light.

Thank you to all the nobodies who made it possible.
May the love multiply.
Let it burn.

19 de junio de 2018

Limerencia

Mala feminista.
Mala poliamor.

Celosa, envidiosa, egoísta.

Sumisa.
Promiscua.

Por activa o por por pasiva, la mujer-hembra siempre pierde. Condicionada al pre-juicio constante de sí misma.

Qué pasa si, tras un par de años de deconstrucción, caes en un viejo patrón. Muerte. Mal por dos.

Nadie tiene que decirte nada, tú sola te sobras y te bastas.

Mayor.
Ya estás muy mayor para estas tonterías. Vieja.

Todo es fácil en pantalla, teoría y prosa. La práctica es otra cosa.
Depílate, ten novio y compra un piso si quieres entrar en el paraíso.

13 de mayo de 2018

ABUSO

El abuso tiene formas peculiares de colarse en la mente y transformar para siempre los sistemas de confianza interpersonal que posees.

Quien antes era un ser cándide e inocente seguramente se volverá una persona bastante inclinada a la sospecha después de sufrir algún caso grave de acoso. Especialmente si proviene de una figura en el rol de vínculo afectivo. Ya que es complicado desligar la idea (miedo) de volver a vulnerabilizarse ante alguien que pueda usar el conocimiento que voluntariamente otorgas sobre tu intimidad para ejercer poder sobre ti.

La violación del pacto implícito de respeto, responsabilidad y cuidados que se crea tras abrirse emocionalmente a una persona quien posteriormente emplea ese lugar de privilegio para controlarte genera tal contradicción que es difícil sacudir en futuras relaciones la inseguridad y sospecha al mínimo gesto de posesividad, malos tratos, o abuso.

Esto, desde un punto de vista meramente auto-cuidadoso, podría ser una buena técnica. Si bien es útil estar alerta del más mínimo movimiento que pueda poner en peligro la integridad, autonomía y soberanía propias.

Sin embargo, el abuso tiene una peculiaridad. Y es que rara vez comienza de golpe (o a golpes). Por lo general, al principio no es más que una intuición similar a: «Siento que me están ocultando información» o «Estos datos no me cuadran» o «Eso que ha dicho estoy casi segura que no es verdad» o «Esa petición me aísla de información o de un contexto valioso, aunque no infrinja mi libertad directamente».

Y claro, en el momento que empiezan las dudas y la inseguridad, más en una misma que en la relación o en la persona, es donde se voltean las tornas de poder. Es en ese espacio, en la duda, donde el abusador puede implantar las creencias que le convienen para ir poco a poco ganando terreno.

Me ha pasado.
No me va a volver a pasar.

ANONIMATO MIGRATORIO

Vivir a medias
Aquí y allí
Siempre extrañando
El trozo de mí
Que dejé en ti.

Vivir por partes
Allá y acá
Dejando pedazos de personalidad
En cada ciudad.

Vivir recogida
Sólo en los recuerdos
O en cuentos
Hilados por momentos.

Vivir, al fin
En palabras
Dichas y escuchadas
Una madrugada.

10 de abril de 2018

A quien me quiera

Primero, ponerme algo que grite dolor. Solo con música podré escribir esto.
Llevo algún tiempo enganchada a las palabras cursis del "Peores Cosas Pasan en el Mar" de The Secret Society. Lo sé, es mierda indie. Me da igual.

Está sonando una antología de Andrés Segovia, porque al final he pensado que lo que voy a escribir merecía algo menos pasajero.

A quien me quiera, quiero decir que lo siento. Que muero o mato por dentro.
A quien me quiera, dedico esto.

Somatizar, patologizar, normalizar, cosificar, instrumentalizar, utilizar, abusar.

Amar.

No entiendo por qué medios, ni si quiera estoy segura que importen, me convertí en lo que soy. No sé y me da igual si le pasa a otras personas. Sólo entiendo el dolor que me produce el aislamiento percibido. Que por causa de mi desconfianza y miedo, en lugar de tender puentes hacia los lugares aparentemente seguros; construyo muros. Fuertes.

Entre ellos, el dolor no desaparece. Pero al menos sí el miedo. Y me creo poderosa, independiente. Ya ni soy dueña de las piedras, que se catapultan solas contra quien se atreva a acercarse un poco más. Las veo volar, me siento incómoda. Encerrada en la torre. Deseando rendirme a la vez que preparo el aceite hirviendo. Pienso en tirarme sabiendo que nunca lo haré y me odio por ello. 

Desconceptualizo las emociones para tener una excusa racional a mi frialdad. Pero ni yo me lo creo.

A quien me quiera, sigue intentándolo. En algún momento el muro cede. O eso espero.

4 de abril de 2018

Guapa

El asco que me da que un viejo me diga «guapa» por la calle mientras invade mi espacio personal es inversamente proporcional a mi capacidad de intimar emocionalmente con hombres cisgénero heteronormados.

Con cada violencia adicional, se acumula la desconfianza. La desgana, el miedo o el desinterés incrementan a medida que el patriarcado me somete una y otra vez a sus opresiones sistémicas ejercidas mediante bocas desdentadas, desde cuerpos ajados y con peste a vicio.

No es, aunque lo parezca, la envoltura lo importante. Sino la determinación que los años otorgan a estas gentes lo que resulta insoportable. Esa brecha generacional lava su conciencia, permitiéndoles ser, si cabe, más coercitivos.

En entornos seguros, respondo al señor incómodo que dice «niña bonita» un brusco: «señor feo». Pero no siempre se puede arriesgar. Y callar a veces quema. En el orgullo, en la autonomía, en la identidad.

MUERTE AL VIEJO VERDE.

3 de abril de 2018

Entre el deseo y la necesidad

Hay una brecha abismal entre la necesidad de experimentar satisfacción sexual y el deseo de poseer un capital sexual que conlleva inevitablemente a la obtención de una cierta cantidad de poder social.

La primera, totalmente válida, es una necesidad que se puede auto-satisfacer sencillamente con la frecuencia requerida. Sin prejuicio a la salud por ser meramente recreada de forma autónoma.

En cambio, el deseo de ejercitar la satisfacción de esa misma necesidad de forma social, copular, entre dos o más personas, incluye una fuerte carga cultural. Adiciona varios refuerzos que se han positivado a través de muchas fuentes distintas y a la larga se resumen en: la persona que logra consumar es mejor que aquella que no.

(Si no me crees, piénsalo desde el punto de vista evolutivo. Jodidamente simple).

Esas personas con la capacidad de interesar para el ejercicio de actividades sexuales al mayor número de personas son quienes poseen las cualidades que normativamente se consideran atractivas. Por ello, lograr consumar implica un aprobado en el sistema como persona válida según los cánones establecidos de belleza, inteligencia, habilidades sociales, neuro-capacidad, estatus quo, sentido de la moda, etc.

El conflicto -disonancia, surge cuando tú, alma en proceso de [de]construcción, vas y echas un polvo, ¿cómo te afecta? ¿Te valida? Seguramente. ¿Cómo disfrutas de un proceso inherentemente -físicamente- placentero sin caer en las garras del vacuo credencial que te aporta haber ganado puntos como persona socialmente validable?

Eso, sin empezar a hablar siquiera del meollo emocional.

Edit:
Tras una breve pero intensa charla con mi dios particular -ese gurú/terapeuta CBT/amor que todas deberían tener- incluyo algunas conclusiones más.

1. El deseo no es malo per se. Se puede desear sin necesitar.
Aunque esto parezca una obviedad, ojo a la lógica formal de la frase. Un deseo es más que una necesidad. Por tanto, los deseos no solo se quieren sino que se construyen como falsas necesidades. El detalle para desvincular el "daño" de un deseo sería, por tanto, reconocer que es algo que no necesitamos. "Me hace sentir mejor pero no necesito sentirme mejor".

2. Aceptar todos los deseos como igual de válidos. No es superior el deseo de destacar académica/laboralmente al deseo de comer algo delicioso o de recibir placer sexual. Todo deseo proviene del mismo lugar. Controlarlo, reprimirlo, negarlo genera frustración y ansiedad. 

3. [La ilusión de] control no es inherentemente mejor al logro responsable del deseo.

25 de marzo de 2018

El bulo de la igualdad

Comenzaré por aclarar que este, como muchos otros de los textos aquí, no será un escrito sobre feminismo. Aunque tangencialmente incumbe al tema.

Explicaré además, ya que no lo he dicho antes, que para mí la palabra POLIAMOR puede y debe emplearse para reivindicar todas las no-monogamias consensuales (sí, hasta el repudiado estilo de vida swinger, si me apuras). Por la misma razón que la lucha por derechos LGBTIA+ se fortalece mediante la unión de sus diferentes facciones. El poliamor se beneficia mucho más de presentar un frente conjunto que de la división constante de colectivos que reivindican la diferencia entre la anarquía relacional y el poliamor [jerárquico, igualitario, no-mixto, ¿vegano?].

Creo que esos debates son fundamentales, a nivel teórico y para la construcción colectiva e individual de las relaciones. Pero en la escala macro-social de las cosas, a nadie le importan. El sistema heteromonogamocisnormativo no se va a parar a escuchar a tropecientos colectivos distintos. Por eso, incluso una sola identidad como la palabra QUEER podría reivindicarnos a todes. Pero divago. El punto es que me referiré al poliamor como término inclusivo a la NMC.
Y añadiré que, por mucha rabia que nos de la moda del término, es algo que desde la perspectiva del activismo nos favorece.

Ahora sí, al grano.

He notado con cierta preocupación un patrón de ingenuidad en la comunidad poliamor. Algunas personas ya leídas e instruidas sobre el tema -pues no es un secreto que para entender de qué va esto hay que hacerse un mini-master en textos de Golfxs, la Vasallo, Ética Promiscua, etc.- demuestran estar firmemente convencidas en que el poliamor implica llegar automáticamente a un nirvana de igualdad o equidad.

Y, pues NO.

Hay muchos artículos mejores que este que explican la inmensa carga sociocultural con la que entramos al poliamor. Aquí un resumen y aquí la versión extendida de Natàlia Wuwei que hablan de todo esto. Este otro de Coral Herrera también trata sobre el tema.

Las jerarquías de poder humanas son algo que pocos necios se atreverían a negar. Existen desde la Edad de Bronce. Sin embargo, muchas personas insisten en cargar al poliamor -y todos sus espacios contiguos- con la responsabilidad de ser más y mejor que el resto de entornos sociales. ¿Por qué? ¿Mediante qué hechizos tendría que ser repentinamente disuelta una estructura de 5.000 años de antigüedad? ¿A caso estas personas caen en el mito de creer que son superiores al resto de mortales y -simplemente por declararse poliamor- se libran de los vicios del resto?

Verdaderamente, no lo comprendo. La Vasallo lo llora y grita mil y una veces. Pero nadie escucha. En el poliamor no basta con declararse serlo y ya está. Cruzo la puerta del armario y he llegado a un mundo mágico donde todo lo que odiaba del anterior deja de existir. Si yo no me trabajo las cositas, si no nos trabajamos todes esas mierdas ligadas a las estructuras de poder, siguen ahí. Dentro de nuestros espacios tan seguros y especiales. En nuestras relaciones.

Más aún, asumir que deberían desaparecer por arte de birlibirloque le hace un flaco favor a la comunidad. Ya que presenta un argumento falaz, pensando que si se cuelan estructuras de poder en los entornos seguros es por obra y causa de personas concretas exclusivamente.

Este comportamiento evita preguntas interesantes como: «¿Qué podemos hacer para resolver esto?» E insiste en preguntarse: «¿Quién no está cumpliendo el ideal?» o «¿Quién es culpable de que esto exista?» como si encontrar al chivo expiatorio pudiera solucionar un problema estructural.

Por supuesto, existen personas a quienes es necesario señalar por abusos reiterados en la comunidad.

Sin embargo, al hacerlo nos olvidamos de que todes ejercemos poder sobre otras personas y tenemos la capacidad de oprimir. Si nos olvidamos con una expulsión cada cierto tiempo de nuestro propio lugar en la jerarquía, y de cuestionar en momentos de calma cómo funcionan estas dinámicas, seguirán reproduciéndose inevitablemente.

Fuera, y dentro de nuestro sagrado poliamort.

Yo, además, meto el dedo en la yaga repitiendo lo que dice Coral. Muy difícilmente vamos a desmontar en dos o veinte décadas lo que lleva ocurriendo doscientas. Intentarlo está bien, está genial. Pero me resulta mucho más interesante tratar de utilizar mi privilegio y mi lugar desigual en la jerarquía de forma positiva que intentar negarlo constantemente. El esfuerzo por acabar con la existencia de estas estructuras es válido, pero debe comenzar por aceptarlas en nosotres mismes. Es imposible cambiar un sistema que forma parte de ti negándolo.

Por ello, creo más práctico y realista lograr que aquellas personas con poder sobre mí (hombres, gente con más capacidad económica o personas neurotípicas, por ejemplo) colaboren y soliciten lo necesario para hacer posible mi inclusión y acceso a derechos y privilegios; que la demanda de que estas personas automáticamente se encuentren en el mismo escalón social que yo.


Mi inspiración:
«Pero... Si creemos en la anarquía relacional, ¿no deberíamos ser todes iguales?»