16 de octubre de 2017

Soledad

Mis recientes circunstancias me han llevado a sentir extremos de soledad que nunca había soportado antes.

Como he aprendido recientemente que de las emociones difíciles también se aprende, me dispongo a reflexionar un poco sobre ello.


Del lat. solĭtas, -ātis.
1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.


En estos últimos dos meses, para paliar mi aislamiento, he:
  • Hablado a las lagartijas de la casa. Aunque lo de hablar con los animales lo hago en otras circunstancias.
  • Abrazado a mi mono de peluche al dormir.
  • Llamado mil veces a mi madre.
  • Video-llamado a más de una relación de diferente grado. Incluso aunque solo fuera para estar acompañada mientras ambes trabajábamos delante del ordenador. 
  • Pasado tiempo con el vecino de abajo. Con los de al lado. Y con los borrachos de la tienda de la esquina. Tolerando requiebros indeseados y sonriendo halagos, con tal de pasar un rato de charla insulsa entre seres humanos.
  • Quedado más de una vez con el tipo de gente que, si no obtenían sus deseos sexuales de mi, perdían el interés en nuestra relación. ¿Superficial, no?
  • Buscado y acudido a eventos culturales.
  • Pasado horas infinitas en redes sociales.
  • Visto decenas de episodios de series.
Con todo eso, aun así he descendido a límites antes desconocidos de soledad. He procurado saberme acompañada desde la lejanía, y sin embargo he llegado a sentir físicamente el dolor causa del aislamiento y la falta de contacto humano.
No en vano, nos insisten desde la ciencia académica que la soledad mata. Y que las relaciones de calidad son fundamentales para la felicidad.

En mi auto-investigación sobre los procesos internos que sentía (siento), he descubierto que el abrazo sincero y espontáneo de une niñe paliaba mi angustia cien veces más que pasar tres horas entre compañeres del trabajo o con los vecinos arriba mentados. Que no todos los encuentros me saciaban por igual.
Por ejemplo, aquellas personas con las cuales podía conversar sobre temas altamente intelectuales me aliviaban mucho más la sensación de soledad que aquellas con quienes trataba simplemente de cosas mundanas. En retrospectiva, extrapolo de esto que la soledad podría definirse como la sensación de carencia de las necesidades provenientes de relaciones interpersonales. Dado que las necesidades de cada quien son únicas e individuales, así mismo lo es la experiencia de soledad.

Por eso es tan fácil sentirse sola en ocasiones en las que sobra la gente a nuestro alrededor. (¿Nunca te has sentido sola en una fiesta?) La soledad no tiene que ver con la cantidad de personas, sino con la capacidad -propia y externa- de cubrir nuestras necesidades de relacionamiento interpersonal.
  • Me siento sola porque hay un vacío intelectual. Las personas con las que interactúo no pueden proveer, en su mayoría, mis necesidades diálogo.
  • Me siento sola porque hay un inmenso machismo estructural. Las personas que quieren tocarme lo hacen desde una perspectiva de posesión y eso me quita las ganas de acercarme.
  • Me siento sola porque hay grandes facetas de mí que no encuentran foro ni compañía. La diversidad sexual todavía se oculta y siento que vivo una especie de mentira.
  • Me siento sola porque no encuentro con quien realizar actividades de ocio, aunque sea una persona que no supla mis necesidades intelectuales o de contacto físico. Para salir de casa acompañada en el tiempo libre.
Incluso he llegado a sentir vergüenza de mi soledad. Al expresarla en voz alta. Lo cual imagino es resultado de algún constructo social. En definitiva me alegro de avanzar por el camino de la educación emocional. Siempre será más fácil llenar estos vacíos mirándolos así, a la cara, y entendiéndolos, que dándoles la espalda.

He llegado a temer la soledad. Por momentos. Me imagino acostumbrándome a ella hasta el punto de no adaptarme nunca más a la sociedad.

Ahora que la entiendo mejor sé que eso no es posible, siempre tendré necesidades interpersonales. Tal vez no sean siempre las mismas, pero buscaré de una forma u otra cubrirlas. 

2 de octubre de 2017

Del abrazo al beso

Soy célibe desde hace seis meses.

Al principio lo sentía como una carga, algo que debía remediar. Buscaba, como agua en el desierto, personas que me atrayeran suficiente para dar el paso. Frustrada por la aparente ausencia de candidates «viables», de iniciativa por las otras partes, de gente suficientemente lo que fuera [guapa, inteligente, poliamorosa, feminista...].

Con el tiempo, empecé a cuestionarme por qué. ¿Por qué sentía la consumación sexual como una obligación? Sin darle muchas vueltas ni encontrar una respuesta más clara que: una mezcla entre la expectativa social y la necesidad fisiológica, comencé a quitarle peso al asunto y dejar de lado esa búsqueda.

Así, cuando llegaron oportunidades de acostarme con personas, las valoré desde una óptica completamente distinta que hasta entonces. En lugar de asumir mi necesidad como algo absoluto, la reflexión anterior me había hecho caer en cuenta de la carga cultural que me impulsaba anteriormente a consumar como algo predeterminado y no cuestionable.

Y me encontré en varias situaciones de las que he aprendido a raíz de ello.

He tenido que superar la vergüenza y el miedo a hacer daño a alguien que quiero profundamente, al decirle que no tengo el deseo de que nuestra relación pase de lo afectivo a lo físico. Sabiendo que ella sí sentía deseos de llegar a una intimidad física conmigo. Dudando, en todo momento, si se trataba de ella (no me atraía) o de mí (si tal vez había perdido mi libido o le había cogido miedo a la intimidad).
Y de esta manera, descubrí que se puede sentir amor sin que haya sexo.

Me he encontrado múltiples ocasiones sintiendo fuerte rechazo por el contacto físico o los avances de hombres. El aprendizaje feminista, junto con el cuestionamiento anteriormente mencionado respecto a asumir la imposición del sexo como lo obvio, lo natural, lo lógico, el paso siguiente deseable en una relación entre dos personas que se tienen afecto... Me ha llevado a estar tremendamente a la defensiva hacia comportamientos normalizados en el género masculino durante el cortejo (e incluso la cotidianeidad).
Me he desesperado ante los avances de amigos interesados en «algo más», cuando no me atraían ni me interesaba y había explicitado tal cosa múltiples veces.

Por ejemplo, no soporto que me toquen los hombros o la cadera en una fiesta para hacerme a un lado mientras pasan. En general, el contacto no consensuado por cualquier hombre que no tenga bastante familiaridad conmigo me pone los pelos de punta. Y digo hombre porque las mujeres somos, en general, menos dadas a establecer un contacto físico no buscado o consensuado con personas que no conocemos.

En definitiva, la carga cultural sobre la sexualidad es tan alta que pregunté a mi gurú sobre las dudas que este periodo me estaba generando. La respuesta: ¿Por qué crees que debes tener sexo?

Efectivamente, pienso que debo tener relaciones sexuales porque la sociedad me ha impuesto esa expectativa sobre la afectividad. Diciéndome que, de alguna manera, mis relaciones están más completas, son más verdaderas y consolidadas si incluyen un vínculo sexual. Puede que, químicamente, una parte del afecto se construya así (oxitocina y tal), pero no vamos a entrar ahora en eso porque ya hemos visto que no es imprescindible para que haya amor.

Entonces, ¿cómo desligarnos de esa carga cultural? ¿Por qué, cuando ya te quería antes, y había abrazos, se siente ese fuerte y brusco cambio al haber besos?

No lo hay, o no debería cambiar nada. La percepción del cambio de «estatus» en la relación es efecto de la carga cultural que acompaña a la sexualidad y sus expectativas de vínculo entre personas. Incluída la expectativa de exclusividad.

Estrechemos el salto entre el abrazo y el beso. Donde hay amor, la manera de mostrarlo es lo de menos.

12 de junio de 2017

Poliamorosa y... ¿Arromántica?

¿Qué?

Bueno, este es otro artículo sobre cosas que no tienen que ver con el feminismo. O al menos no de manera estricta, porque tengo el convencimiento de que toda deconstrucción de la mononorma bien planteada es feminista. Pero esa es otra historia.

Y ahora al tema. Es algo que me lleva rondando un tiempo la cabeza, y se me ocurre que no hay mejor manera de aclararlo que escribiendo unos párrafos: ¿Se puede ser poliamorosa y arromántica?

Desde que pasé la "edad del pavo" (nombre con el que se describe en España la etapa previa a la adolescencia), no he comprendido del todo la palabra "enamorarse". No entiendo a qué se refiere la gente al decir "mariposas en el estómago". Y mucho antes de saber qué eran, empecé a renegar de la mayoría de mitos del amor romántico, entre ellos eso del "amor a primera vista".

Así, al conocer el poliamor y sus variantes, me encontré ante un dilema. 

El esquema era, en muchos sentidos, absolutamente todo lo que había buscado e incluso necesitado sin saber. 
Tras haber sentido durante toda mi vida relacional que el modelo normativo no me aportaba la satisfacción que la cultura insiste debemos encontrar en la gran, única y especial relación monógama de nuestras vidas; descubrí que el fallo no estaba en mí sino en un sistema que niega cualquier otra alternativa.

Además, a través del poliamor encontré herramientas para mejorar significativamente mis relaciones. Mejor comunicación, más cuidados, gestión de emociones complicadas, la panacea. Profundicé en el feminismo. Y generé vínculos con una comunidad que me aportó en otros terrenos, como el espiritual. Incitándome así a no querer soltar esta idea nunca...

Pero sigo preguntándome, ¿se puede ser poliamorosa y arromántica
Es una pregunta teórica. Porque, a nivel práctico, la duda no me ha impedido seguir teniendo relaciones. Muchas felices y exitosas, otras no tanto. Pero no por esta razón (¿o sí?).

La cuestión es la siguiente, para mí el arromanticismo incluye dos componentes:

  1. Negar el amor romántico. Básico para muchas (si no todas) las personas poliamor.
  2. Negar el enamoramiento. Creo que a este sentimiento le ha pasado algo similar a los celos. Metemos en la misma categoría un montón de cosas que para mí son discernibles (atracción sexual, nervios, ganas, síndrome de abstinencia de los químicos que te produce el último revolcón, afectividad, confianza, compenetración... ¿sigo?)
Y bueno, pues no es que no haya estado enamorada nunca. A menos que me equivoque sobre lo que es y falte algo en mi descripción. Es que no le achaco a ese conjunto de emociones y estímulos el halo mágico que la sociedad le impone. Por tanto me resulta más difícil experimentarlo como un conjunto. Al final, es lo de siempre, empiezas por ponerle nombre a cada tipo de lluvia y acabas viendo caer el agua de mil formas diferentes.

Creo, pienso, opino... Que en el poliamor todavía se cree en el enamoramiento como ese sentimiento mágico. Como algo más que el conjunto de sentimientos derivados del amor sexo-afectivo. Y siento deciros, querides polis, que suena a ideal romántico. Pero no de velitas y cena. Sino del chungo.

Así que acabo esta reflexión con las ideas un poco más claras. Sí se puede ser poliamorosa -o anarquista relacional en mi caso, o cualquier otra variación de la no-monogamia consensuada- y arromántica.

6 de junio de 2017

La Reconquista

Esto va de amor romántico.

Solía yo, en mi relación monógama que se hacía pasar por otra cosa más liberal, indignarme a raudales si mi amor no venía tras de mí en plan culebrón a intentar resolver el entuerto cuando me marchaba cabreada de una discusión.

Nunca, ni una vez, se dio el caso que al irme enfadada -después de dar un par de voces o decir alguna frase hiriente- saliera en mi búsqueda esta persona. Con el tiempo, aprendí que esa técnica novelesca no iba a surtir efecto para lograr mayor atención y, en su lugar, intenté comunicar de otra forma mis necesidades.

Ahora, creo que me hicieron un gran favor.
Esto de salir corriendo detrás de alguien [metafórica o literalmente] que nos está diciendo que no nos quiere, que hemos hecho algo mal, que nos grita o nos desprecia es un hábito aprendido de la omnipresente cultura del amor romántico. Porque el amor lo puede todo. Todo lo puede vencer, cambiar y superar.

Y no hacerlo, por el contrario, es una muestra de respeto hacia une misme y hacia el otre. Nos respetamos a nosotres mismes al no volver a la persona que nos está diciendo que no nos quiere a su lado, o que de alguna manera nos lo demuestra con el trato. Y respetamos a la otra persona al no imponer nuestra presencia en alguien que nos indica que no la desea.

¿Es igual en el caso de que no haya gritos o desprecio?

Más aún.
Cuando alguien nos dice, desde la mayor amabilidad posible, que no nos desea a su lado, los intentos de reconquista siguen siendo rezagos de la mítica cultura del amor romántico.
El amor bondadoso, y el respeto hacia los sentimientos de la persona que nos comunica esa necesidad, indican como ideal cesar toda insistencia y escuchar sus deseos. El respeto hacia une misme y la propia auto-estima, igualmente, señalan que la mejor ruta es aceptar la decisión de la otra persona y desistir cualquier intento de cambiar su parecer que pueda ponernos en la posición de estar imponiendo nuestra voluntad a la de alguien que ya no nos desea. Por difícil que sea.

Por qué, entonces, tanta gente continúa sucumbiendo a la necesidad de pedir "otra oportunidad" o pedir "perdón" a la desesperada, incluso cuando no se les acusa de nada. ¿Os ha pasado que, cuando eso no surte el esperado efecto de haceros cambiar de opinión, empiezan a culparos de injustas o inmisericordes? ¿O de ser pendenciera?
¿Qué mecanismos llevan a estas personas a querer seguir en relaciones a todas luces sin futuro, ya que no hay deseo de una parte?

Podría ser simplista y decir que son cosas como el miedo a la soledad, la (co)dependencia, o contar únicamente con herramientas de chantaje emocional para relacionarse...

Pero la variedad de relaciones y situaciones en las cuales me he topado con este afán de reconquista me obliga a pensar que hay algo más. Algo sobre la forma en la cual enmarcamos las relaciones. Como la idea de que deben ser peleadas hasta la muerte, aunque ya no quede nada de la razón que unía a las personas que la conforman. Pura mitomanía tendiente a mantener a gente que no se aprecia y puede incluso ser abusiva entre sí, unida.

YO, POR SI ACASO, MUTIS.

26 de abril de 2017

Querer o Deber

Aviso: Esto no tiene que ver con el feminismo.
Es un tema que aparece de forma intermitente en mi vida y mis relaciones. Considero que la aclaración puede ser de utilidad para otras personas, tanto como lo ha sido para mí.

En algún lugar que no logro recordar, leí hace ya muchos años que es importante distinguir entre aquello que es una verdadera necesidad y por tanto se tiene o debe hacer. Y esas cosas que se desean, pero no se requieren para vivir. Aquello que se quiere hacer, conseguir, tener.

Para siempre, desde entonces, cambió mi forma de expresarme. Pero también de oír las peticiones ajenas.

Porque... ¿Qué necesitas realmente para vivir? Agua, alimento, sueño, cobijo. Recientes estudios demuestran que es necesaria la compañía de otros seres humanos para vivir saludablemente. (Más exactamente, que las personas solitarias mueren antes).

Más allá de esto, todas nuestras demás demandas son deseos. No necesidades.

Por ello, me rechina particularmente cuando alguien dice:

"No puedo. Tengo que [_insertar actividad opcional aquí_]". 
El trabajo, trabajo es. Vivimos en un engranaje sin escapatoria en el cual se ha vuelto el medio para cubrir nuestras necesidades de supervivencia. Cualquier otra actividad, por comprometida que se esté en ella, no ha de ser precedida por un "tengo que", sino por un "quiero". Ya. Lo sé, lo sé. Cuestión de semántica. Pero el lenguaje construye nuestra concepción del mundo.
Realmente, cuando decimos eso, nos referimos a que preferimos realizar la [actividad opcional] a la propuesta que nos plantean. Nadie nos está obligando a mano armada a tener que ir a nuestra actividad escogida. Podríamos, de querer, cambiar los planes. Pero no queremos.

Aclaro, inciso, que me estoy refiriendo a actividades de ocio en soledad. O a elecciones previas a adquirir compromisos -por ejemplo: "todos los viernes debo visitar a mis padres"- que denotan una ausencia de flexibilidad. Por supuesto, si ya has quedado de antemano con otra persona, efectivamente tienes (o deberías) cumplir ese acuerdo. No porque sea una necesidad, sino porque implica la responsabilidad hacia otra persona.

Este tipo de mal uso del lenguaje es generalizado. Así, comentamos que alguien:
"Debería hacer [_cualquier cosa_]".
Cuando lo que en realidad estoy expresando es que deseo/quiero que algo suceda. Y de esta forma, transfiero la responsabilidad de conseguir el objetivo desde mi persona (quien realmente lo desea) a cualquier otro ente. ¡Qué maravilla! Pedir y pedir por esa boquita esperando que otres, quienes sean, se encarguen de alcanzar mis deseos.
La legitimidad de si el ente en cuestión es responsable también o no por alcanzar el objetivo no es lo relevante aquí. Sino como yo, al expresarme de esta manera, construyo en mi mente el imaginario de que yo no tengo responsabilidad alguna.

Ejemplo:
"El gobierno debería solucionar el problema de los refugiados".
Son claras las doscientas mil variaciones de esta frase, en las que gobierno se puede sustituir por un ministerio en concreto, alguna otra institución pública o funcionario que la represente; y el problema puede ser un sinfín de temas.

Por último, siendo todes adultes, no sé cómo no nos chirría decirle a un ser independiente que debe o tiene que hacer algo. Será un triste legado de la creencia generalizada de que los menores no son autónomes, y se puede tomar la gran mayoría de decisiones por elles. Así, mucha gente persiste -inclusive yo en ocasiones- en comunicar ideas sobre creencias, valores, opiniones de forma tan contundente como:
"Tienes que hacerlo así".
"Deberías hacer [_lo que yo creo que es mejor_]".
Muchas veces, cuando la otra persona ni siquiera está pidiendo consejo.
Creo que lo ideal es, en el caso de querer expresar la opinión propia o cuando efectivamente sí se está preguntando, comenzar por un: "Yo pienso" o "en ese caso lo que yo haría es...". 
¡Siempre puedes preguntar! "¿Quieres que te de mi opinión?" Mejor eso que hablar por hablar. 

Yo, hay veces, que oigo esos: "Pero mira, es que tienes que hacer esto y lo otro porque así te va a ir mejor". Y, además de entrarme por un oído y salirme por el otro, grabo en mi mente: "A este ya no le cuentes más tus problemas, que tiene afán de Superman".

Ea, me ha salido una mini-píldora feminista para terminar. Para que no os quedéis con las ganas.