19 de septiembre de 2019
Golfa
La canción de Extremoduro con ese nombre fue mi himno de juventud y juerga (farra). Antes que poliamorosa fui ninfómana y puta.
Me han dicho que yo no era bi, sino viciosa y me lo he tomado a mucha honra.
La letra escarlata la he llevado como una capa.
Porque las mujeres en lo que respecta a nuestro deseo erótico podemos ser santas, dejarnos someter por la culpa y ser estigmatizadas, o empoderarnos y defender el puterío a capa y espada. Utilizando la cosificación de nuestros cuerpos para nuestro beneficio.
No hay punto medio.
Y una vez allí, en el rol de guarra, tampoco hay posibilidad de marcar límites sobre nuestros cuerpos. Porque, ¡qué confusión! ¿Acaso no eras tú la mujer liberada y abierta a todas las propuestas?
¿No eras la rockera a la que le gustaba el exibicionismo, los azotes y mordiscos?
Sí, pero cuando yo digo.
¿Cómo? ¿Que no puedo poseerte como el objeto de deseo que he creado de ti en mi imaginación?
No.
Pues qué mala. Mala poliamorosa. Estás abusando de tu poder. Retaliando. Estarás celosa. Eso es.
Mierda, ¿por qué me siento culpable? Yo creo saber lo que quiero, mis límites en cada momento. Pero en mi identidad de golfa se ha integrado el deseo de complacer como forma de satisfacerme. ¡Vaya lío! Cuando la zorra tiene como narrativa la sumisión y la autonomía al tiempo... ¿Qué hago ahora con mi sexualidad?
Sigue siendo como una muñequita que dice a todo que sí.
¿Y si no? Porque no estoy segura que eso fuera nunca así...
Nunca conciliarás tu necesidad y tu deseo.
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