15 de mayo de 2019

Es TRATABLE, no somos LOCOS, necesitamos lo mismo que tú: PERTENENCIA

Hasta este año, no sabía que mayo era el mes de la sensibilización sobre la salud mental. Es una iniciativa estadounidense y privada que ocurre desde 1949 para eliminar el estigma. El día internacional es el 10 de octubre por iniciativa de la Federación Mundial de Salud Mental y empezó más tarde (en 1992).


Para mí, todos los días son buenos para recordar que vivimos en una sociedad neurocapacitista que me discrimina y excluye de muchos aspectos de la interacción normal (estadísticamente representativa). En el trabajo, en mi familia, en el amor y en la amistad los sintómas múltiples de un desorden -que puede ser clasificado como la comorbidad de tantos otros- pero es en definitiva el conjunto de muchas variables que me colocan por fuera de la media en diversos aspectos del comportamiento ha resultado en consecuencias negativas para mí (y para quienes tratan de acercarse mucho) en un mundo en el que sobrevivimos a base de relaciones interpersonales.


La lista de rasgos que me dificultan interactual es casi interminable, pero su raíz es prácticamente una sola: mis emociones -aunque no puedo contrastarlo porque nunca he vivido en cabeza ajena- tienen una intensidad MUCHO mayor que tus emociones. A menos que tengas Trastorno Límite de la Personalidad. Esto es seguramente por un conjunto de factores bioquímicos y de crianza. Es decir, mi cerebro literalmente funciona diferente y además probablemente de pequeña algun cuidador primario invalidó suficientes veces mis deseos o necesidades fundamentales para impedir la formación de un manejo saludable de mis sentimientos. Ejemplo: «¡Esa comida no me gusta, me da arcadas!» «Sí, venga, cómetela que es buena para ti».

Invalidar la autonomía es algo que hacemos con todos los niños, pero juntas algunos factores más y voilà, coctel de neuroatipia.

Hoy soy lo que llaman "funcional". Una palabra bastante violenta que invisibiliza mi sufrimiento a costa de medir mi éxito según una serie de hitos socioeconómicos: me saqué una carrera, tengo trabajo, logro mantener parejas y amistades más o menos estables.

Pero sigo reproduciendo la mayoría de los patrones abusivos para mí y para otres que caracterizan el desorden, porque por algo se llama "de personalidad" y no "de desarrollo" o "temporal". Caracteriza mis conductas, pensamientos y emociones. Esta relación con aspectos fundamentales de mi ser implica que para dejar de repetir dinámicas dañinas tengo que enfrentarme primero a mi propio ego: «Esto es en lo que yo creo, yo soy así, no tengo por qué cambiar». Y luego al miedo: «Estoy cediendo más de lo que debo, voy a perderme a mí misma, sin ese rasgo no sé quién soy».

Esto es infinitamente más complicado cuando las solicitudes o propuestas de cambio vienen, como suele ocurrir, de personas con las que tengo relaciones íntimas. La tendencia a un pensamiento dicotómico (todo-o-nada, blanco-y-negro) sobre la gente que me rodea me hace pasar de la convicción en sus palabras a una extrema desconfianza. En segundos, una crítica, un desacuerdo, una promesa rota, o un gesto interpretado como desinterés vuelven mi amor, aprecio y sensación de seguridad en miedo, desconfianza y ganas de huir. La necesidad de mi cerebro -como el de cualquiera- es racionalizar estas emociones tan extremas y su origen. Comenzando un bucle de pensamientos desagradables que retroalimentan mi dolor.

En este estado, que puede durar entre unas horas y VARIOS MESES, es difícil distinguir dónde empieza la causa y dónde mi proceso de alimentar el monstruo. Porque siempre hay una parte de dolor original legítimo: está bien tener límites sobre promesas incumplidas, críticas no constructivas, peleas sin fin por incompatibilidades irreconciliables, en fin.

El asunto es que el origen no surge exactamente en una excesiva rumiación de los hechos, sino en que el dolor real sentido es tan fuerte e inaguantable que hay que expresarlo por alguna vía e INVENTAR razones para darle sentido. Es un desorden paranoide. Por eso hay tanta correlación entre este desorden y la dependencia de sustancias, la autolesión, los desordenes de alimentación o el suicidio. Estamos intentado controlar la situación. Queremos dejar de sentirnos así. Estamos cansades. Porque el dolor es agotador y casi incesante.

También es tratable. Que no es lo mismo que curable. La terapia cognitivo-conductual ayuda. No utilizar psicoactivos, en mi opinión, también. Y contar con el apoyo de una red afectiva que esté dispuesta a entender las peculiaridades de cómo funciono ha sido, sin lugar a duda, el factor decisivo para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

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